domingo, 13 de noviembre de 2016

7.5 Furor Amoris

El atardecer se hacía presente, sonrojado por lo que ocurría en el despacho. Los cuerpos de los dos se movían con una sensual sincronía, la respiración de ella seguía el ritmo de sus pechos que estiraba con fiereza.

Ella mantenía sus ojos cerrados, disfrutaba del sueño que vivía en esa oficina, con la espalda bañada de sol, desnuda, frotando su piel contra el estudiante que ella, años atrás, se enamoró.

No era primera vez que ambos se enloquecieran con el otro, no era la primera vez que ella sudaba sobre el cuerpo de Félix. Victoria, además, no era la primera vez que sucumbía ante el canto —y encanto— del muchacho cinco años menor que ella.

En aquella ocasión, Félix aun no sabía nada de la academia Eufema y estudiaba en un colegio común. Victoria fue amiga suya desde muy pequeños, ella le enseñaba todo, desde hablar hasta sumar y restar, desde leer hasta cantar… entre otras cosas. Los años pasaban y la adolescencia de ambos prendió fuego en sus almas… se enseñaron a tocarse, a disfrutarse… pero ella le enseñaría una última lección antes de no verlo más.

—En marzo ingreso a trabajar.

—¿Vendrás a mi colegio? Serías una profesora increíble.

—Lo lamento… es que…

—¿Es que qué? —una lágrima corría en la mejilla de la recién graduada profesora.

—Me llamaron de una escuela algo peculiar —su sonrisa no podía ocultar la pena de lo que seguiría—. El único requisito es quedarme a vivir en ese internado.

Los ojos de Félix se abrieron de par en par.

—¿No volverás?

—No…

—¡¿Por cuánto tiempo?!

Las palabras del muchacho estaban llenas de irracional ira, y un dejo de decepción.

—No lo sé… unos años quizás… entiéndeme, es una oportunidad única.

—No, no lo entiendo. ¿Prefieres ese empleo que estar acá, conmigo?

Victoria miró al muchacho, y sin decir una palabra se acercó a él, besando su frente. Dio media vuelta, pero una mano aferró su hombro, deteniendo su marcha.

—No te apartarás de mi tan fácil.

Al volver a mirarlo, Félix besó a Victoria, un beso forzado, torpe, pero lindo. Un beso que dio para más, un beso que llevó a más.

Acabaron, tal como acabaron esa primera vez. La risa de niños luego de hacer una travesura juntos se hacía escuchar. Ella desnuda sentada sobre sus muslos, mirándolo, abrazándolo por el cuello, con una sonrisa enorme, «Erato es cruel», se escuchó en la puerta del despacho.


Ambos contemplaron a Camile que permanecía algo abochornada, pero indiferente.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Preliminares II · Polimnia

—¡Cuidado!

Un relámpago cayó cerca de la pierna de Rose, ella seguía con sus párpados cerrados, mantenía su voz en el tono… seguía encomendada a lo sacro.

Hasta el momento, de los veinticinco estudiantes de la casa de Polimnia, diez quedaban en competencia. Entre ellos, la favorita de la musa del canto sagrado, Rose.

Esta joven encomendó su vida y su voz a lo sacro siendo pequeña, cuentan los rumores de pasillo que ella está en trance la mayor parte del día, y que sus ayunos se extienden a 40 días, al límite de su propio físico.

La preliminar que Eufema, nodriza de las musas, preparó para los estudiantes de Polimnia era un reto al alma. Deberían soportar en su trance sacro, ser los últimos en dicho estado. Mientras, sería el propio coliseo quien atacaría a los aspirantes, el mínimo de desconcentración podría dejarte malherido, o carbonizado, como el que recién recibió una columna de fuego, y su poca fe no le protegió del ataque divino.

—Odio las competencias de Polimnia —dijo Félix a Beto, quienes estaban en la galería contemplando como uno más abría los ojos para esquivar una roca de proporciones gigantescas.

—El próximo año la tendremos difícil, en Erato tienes mucha competencia… está Camile, que pinta para ser favorita.

—Supongo que estás igual, Calíope es también complejo.

—Sí, Iél es favorito, espero que… —el ingreso de la profesora Victoria a las bancas interrumpió la conversación. Con un gesto de cabeza, llamó a Félix para que la acompañara. En ese instante, dos competidores chocaban entre sí en un tornado.

Profesora y estudiantes bajaron las imponentes escalas del Coliseo, debían solucionar un asunto, por lo que se dirigían a la academia. El camino fue silencioso, no cruzaron palabra alguna. Al entrar en la oficina de la docente, ella comenzó.

—Debemos darle una solución a esto —el joven miraba al piso— ¡Maldición, Félix, dime algo!

El muchacho se abalanzó sobre la profesora, en un movimiento inesperado, ella cedió ante la lujuria, y, mientras en el coliseo lo sacro tomaba forma de fuego y destrucción, en esa oficina, tomaba forma de pasión y amor. No importaron los cinco años, no importaba la autoridad del puesto de Victoria… nada era un obstáculo para que, tal como hace un tiempo, sus ganas se tradujeran en gemidos, respiraciones entrecortadas y un latir acelerado de sus corazones, unísonos.


Esa tarde un haz de luz entraba por la ventana de la oficina cuando, cansados, ella estaba sobre él, besando su cuello, apretando el suyo. Esa tarde un haz de luz bañaba el coliseo cuando, exhausto, el último estudiante recibía un golpe de energía que causó que abriera los ojos y se desconectara de lo sacro. Esa tarde, Victoria abrazaba contenta al hombre que amaba, después de decirse todo con la piel. Esa tarde, Rose vencía en el coliseo, entonando un canto a lo divino, a lo humano, a lo sexual… una canción llamada «Furor Amoris».

domingo, 6 de noviembre de 2016

Preliminares I · Urania

El coliseo estaba repleto, en la primera fila, en los balcones, los profesores del colegio Eufema estaban observando el inicio de las preliminares de las Batallas. Las musas se encontraban cada una sentada entre las gradas de sus casas. Cada una animando a sus estudiantes, en las preliminares, se permite que los profesores intervengan siempre que ningún contrincante lo note.

—¡A tu izquierda! —gritaba a toda voz Bianca a su hermana— ¡Selena!

Selena, estudiante de la casa de Urania, se encontraba en las preliminares. La primera parte de la Batalla, donde son los estudiantes de la misma musa quienes compiten por quedarse con el puesto de favorito, de esa manera, competir para recibir la Bendición de las musas. La competencia que creó Eufema para ellos es un combate donde tienen a disposición en la cancha un montón de artículos y elementos para crear esencias químicas, pueden usar todo eso hasta incapacitar a todos los demás. De los veintitrés estudiantes que comenzaron el combate, solo cuatro quedan habilitados.

—Octavio puede ganar, eliminó a seis de los competidores en una sola maniobra.

—Es verdad, Math, pero Selena puede recibir ayuda de su hermana ¿No lo cree, colega?

—No entiendo mucho qué tipo de auxilios se pueden brindar, es mi primer año en la academia, ¿señor…?

—Thomas, profesor de Química, fui estudiante de la casa de Urania hace muchos años, es más, gané mi preliminar, pero no la Batalla.

—¡Vaya! No sabía que un hombre podría ser un favorito.

—Las musas no discriminan, aunque claro, como es femenino, se mantiene su género para referirse a ellas, aunque haya hombres, como Melpómene, que, para esta generación, es un hombre, y aun así, se le llama una musa, pero usted entiende más de eso, ¿No es usted el profesor de lenguas extranjeras?

Math observó el campo de batalla, una explosión hizo volar a uno de los estudiantes, haciéndolo revotar contra la pared de ladrillos del edificio. «Y solo quedan tres» dijo en voz baja.

Selena corrió hasta una mesa donde obtuvo unos frascos, combinó un par de líquidos que llevaba en su cinturón y lo arrojó al suelo de la arena. Una planta enredadera nació del viscoso experimento y con firmeza tomó los pies de una muchacha, bastaron segundos para que la planta inmovilizara por completo a la joven, quien gritaba por ayuda.

Octavio tomó otra de sus botellas, la lanzó hacia donde se encontraba Selena y la explosión cubrió de escarcha y hielo la zona de impacto, los pies de la hermana mayor de Bianca se encontraban pegados al piso. El frío se hacía sentir en los torpes movimientos de las manos congeladas, pero aun con esa complicación, lanzó una bola de aluminio con otros elementos en su interior que, al reaccionar, crearon una onda luminosa y cálida. El hielo que envolvía a Selena se derretía.

—¡Le pido a lo sacro que me ayude! —exclamó la muchacha, frase que oyó su hermana, emocionada hasta las lágrimas de que Selena, quien no creía, se encomendara a lo sacro para vencer.

Un último movimiento terminó el combate, una brea de color obscuro y aspecto viscoso devoró de un golpe a su adversario. Octavio festejaba su triunfo cuando un manto de luz se abrió en medio de la masa de asfalto.

El desconcierto al ver a su enemiga saliendo como si nada de la trampa le impidió reaccionar, nada de ciencia, nada de química, nada de botánica, alquimia, o física… una patada dirigida a la zona baja del engreído de Octavio le dejó, literalmente, inmovilizado.


Las preliminares de Uranio llegaron a su fin, Selena se coronaba como ganadora en el enfrentamiento más reñido que ha visto su casa.

martes, 1 de noviembre de 2016

Origen V · Consagración



—¿Bianca? ¿Tan temprano por acá?

—Señorita Polimnia, no es mi intención importunarla, es que…

Un silencio bañó de pronto el salón. Los pupitres de la sala de Polimnia eran bancos al frente de un hermoso púlpito. Imágenes de los que ella llama «sus mejores discípulos» decoraban aquel espacio, los portadores del mensaje del amor.

—Habla, joven aprendiz.

—Quiero saber si yo seré quien la represente durante la Batalla.

—Joven Bianca, tus cánticos deben saber elevarse a los cielos, y pedirle a lo sacro que te eleve.

—Lo sé, mi maestra —dijo algo aquejada—, pero la Batalla de cuarto está por comenzar. Ustedes ya han escogido partido y las preliminares ya han dado comienzo. Sé que le dio el voto de confianza a Rose, y que la señorita Urania escogió a mi hermana.

—Sé que cuentas con una gran presión, pero aún falta un año para vuestra lucha, Bianca querida, y de su nivel tengo a una treintena de estudiantes. Solo la mejor de ustedes tendrá acceso a la Batalla y recibir nuestra bendición.

—Maestra, un bendecido cada año, una persona que vence a las demás en la Batalla que, dicho sea de paso, es una competencia que se crea por la voluntad de Eufema, y cambia cada vez.

—Suena siniestro, no dejes que esos pensamientos inunden tu mente, Bianca, para que tu voz se eleve a la eternidad, debe ser ligero… como la bondad.

—Perdón —La muchacha parecía cansada, respiró profundo, y en su exhalar, se pudo sentir su determinación—. Quiero que usted sume una nueva escogida al panteón.

—Para lograrlo, solo me queda invitarte a que le ruegues a lo sacro.

Bianca abrió una carpeta azul que sostenía, se puso de pie frente a la tarima, y respiró, calmada, serena…

Su maestra, Polimnia, tomó su batuta, y con un ligero movimiento empezó. La voz celestial de la muchacha, inundó cada parte del salón. Lágrimas de complacencia cayeron de los ojos de su mentora.

Bianca había logrado trasladar con su dulce sonido a las dos a un lugar que ningún mortal podría alcanzar. No se podría decir con exactitud si eran los campos Elíseos, o el jardín de El Edén, el Nirvana o el Yanna… lo que sí estaba claro, era que los ruegos y súplicas de la joven llenaban a lo sacro de felicidad.

Al terminar de entonar el canto, un aplauso sonó desde el fondo de la sala.

—¡Bravo, hermanita! ¡Bravo!

—¡Selena! ¿Qué haces aquí?

—Mañana empieza la preliminar, y debo competir. Me dijeron que lo mejor que podía hacer era consagrarme a lo sacro si quería ganar, pero no creía mucho, hasta que te oí.


—Reza, hermana, ¡Exclama! Y sé bienvenida al Paraíso —dijo Bianca, mientras sonreía, mientras lloraba.

Origen IV · Confrontación



—Tiana, ¿Con quién harás el trabajo de historia?

—Aún no veo eso —dijo, acompañado de una risa que mostraba su desinterés—. Es que suelo hacer los trabajos de historia sola.

—Se me olvidó que eres la protegida de la profesora Clío.

—¡Hey! La profe Clío es imparcial, solo soy buena en la asignatura. Además, tú no tienes nada que decir respecto a nada, Camile, eres la protegida de la señorita Erato.

—¿Qué quieres que te diga? Soy una mujer que ama, y sabe amar… no es mi culpa que, a ti, pues… no te rime el romance.

Las carcajadas de las dos explotaron al instante de oír la frase. Se miraron con complicidad.

—¿Haremos el trabajo de historia juntas entonces? —preguntó Tiana a Camile.

—Me parece bien —luego de eso, sacó la lengua.

—Oye, a todo ¿Cómo está Nathan?

—Bien, anoche nuevamente pudimos contactarnos. Es que ha sido difícil, esto de trasladarme a otro país solo para asistir a esta academia… nos ha costado, ¿sabes?

—Te entiendo, también dejé todo por estar aquí. Pero claro, el sacrificio de dejar al amor de tu vida es mayor.

—Para nada, Tiana. Abandonar tu pasado por pisar esta escuela, ¡Wow! Te admiro un montón.

—Cuando llegué aquí y me tomó la prueba la encarnación de Clío, me sentí, no sé… viva, sí, viva…

—Te entiendo, llegar de la Ciudad del Romance me ha significado perder mucho, pero mi corazón saltaba, dichosa, al sentir a Erato llenando mis venas de la esencia del amor. La silueta de Nathan se dibujaba con la fragancia del éxtasis.

Los ojos de Camile se cerraron, mientras hablaba de su novio. Tania por su parte, seguía ordenando su habitación.

—Perdón —se interrumpió la joven—, es que me dejé llevar. ¿Cómo te has acostumbrado a este clima?

—Lo odio, el frío es insoportable.

—Negrita belle, no te preocupes... Cuando retornes a la tierra de la Samba, serás una heroína, la aprendiz, la favorita de Clío…

—Pero sabemos que solo una de nosotras será la próxima nodriza, Camile. Y llegando a ese momento, deberemos pelear.


—Pelearé, Tiana, ¡Pelearé por ser la portadora de la bendición de las musas!

Origen III · Inspiración


Una bola de papel recorrió casi la totalidad de la sala de clases hasta arribar en el rostro de Beto, las carcajadas nacieron espontáneamente y, así mismo, se acallaron cuando el profesor de química ingresó al salón.

—Siéntense, muchachos, que traigo buenas noticias, al menos para los hombres del curso —la risa nuevamente regresó—. Adelante.

Una jovencita de cabellos rojos, su rostro, adornado de pecas claras, resaltaban sus ojos verdes. Su boca realizaba una mueca de inseguridad, al igual que si mirada hacia abajo, y su postura tensa y distante. Varios suspiros despertaron cuando ella levantó su cara y forzó una sonrisa.

—Ella es Samanta Grossi, una nueva estudiante que viene de la preparatoria Westling en mención de música. Por temas de trabajo de su padre, se trasladará a nuestro colegio, por favor, sean amables con ella. ¿Algo que decir, Samanta?

—Hola a todos —su mano, media alzada para saludar, se movió en semicírculo—, pueden decirme Sam… y, emmmmm… toco la flauta traversa. Espero de verdad que podamos llevarnos bien.

Una gentil sonrisa, muy diferente a la forzada que emitió hace un rato, despertó nuevamente el interés de varios hombres del salón.

—Siéntate donde quieras, se te asignará tu puesto definitivo mañana.

—¿Profesor? —Beto se levantó de su puesto.

—Dime, Roberto.

—¿A qué musa se encomendará Sam?

—Lo definiremos esta tarde.

El rostro de extrañeza de Samanta evidenciaba su desconcierto, no alcanzó a preguntar cuando el profesor Thomas empezó la explicación.

—Este colegio tiene algunos secretos, Sam. Nadie llega por nada aquí, de hecho, no aceptamos a todo el mundo. Debes cumplir con condiciones especiales. Tu incorporación estaba ya contemplada, por lo que se te encomienda a una de las nueve musas para que te guíe y te enseñe.

Samanta miraba todo con algo de temor.

—Sam, en este colegio, son las propias musas, la fuente de la inspiración de los artistas del mundo, quienes imparten algunas clases.

Una sonrisa de profunda convicción se dibujó en los labios de Samanta y, mirando al profesor, dijo casi susurrando.


— ¿Te he de encontrar aquí, Euterpe?

lunes, 31 de octubre de 2016

Origen II · Geometría



—Rodrigo, ten… los apuntes de mate.

—¡Gracias, Al! Eres el mejor.

—Lo sé, lo sé. La prueba estará cabrona, así que pensé que podríamos estudiar juntos ¿Qué dices?

—Quedé con Cintia para estudiar en su casa, creo que su mamá tiene un viaje o algo así.

—Ah… qué bien —la voz de Albert se escuchó extraña, un poco triste, pero rápidamente, y con una sonrisa ciertamente forzada, dijo—. Pues bueno, no te olvides del partido de mañana.

—De eso seguro, ya deseo patearles el trasero a esos del A.

—Hola chico, ¿Qué hacen? —Cintia se acercaba, cargaba con ella unos cuadernos y en su cabello llevaba puesto una cinta calipso.

—Nada, me conseguía los apuntes de mate ¿Y tú? ¿Cómo has estado?

—Bien, creo. Mi madre tomó su vuelo hace unos minutos, una «reunión de negocios» con su jefe.

—¿Qué quieres decir? —preguntó, sin querer, Albert.

—Aumento de sueldo, mejores puestos laborales… creo que mi mamá se acuesta con su jefe —el dejo de pena era evidente.

—Tranquila, quizás de verdad le pone empeño, ¿No lo crees, Al?

—Sí, dudo que ella manche el recuerdo de tu papá, que en paz descanse.

—Ya, chicos, no importa. Y si así fuese, es cosa de ella… bien, Rorro, te espero en mi casa, trata de ser puntual.

—No te preocupes, Cintia, llevaré unos chocolates para compensar el azúcar.

Guiñando sus ojos esmeraldas, dio media vuelta, la faldita del colegio giró con gracia. Su cabello castaño y largo hacía evidente su orden increíble, lo aplicada en el colegio se reflejaba en todo su ser.

—Al, no se lo he dicho a nadie —decía Rodrigo mientras seguía con la mirada el contoneo de la falda escocesa—, pero me gusta Cintia, y me gusta mucho.

—Ten cuidado, amigo. A veces el amor puede tener forma de triángulo —dijo susurrando Albert.

—¿Cómo? Disculpa, estaba distraído.


—Que recuerdes estudiar los triángulos, entran en la prueba de geometría.

Origen I · Enlazados



—Para la siguiente clase deberán presentar el tópico literario que les asignaré ¿Quedó claro?

—Sí, señorita Victoria —asintieron casi al unísono los estudiantes de la clase B.

—Pues bien, veamos… Cintia, Carpe Diem.

—Sí, maestra —respondió, mientras tomaba nota en su cuaderno.

—Rodrigo, a ti te toca el Locus Amoenus.

—¿Loco qué?

—Locus, no loco… locus amoenus.

—Félix —mientras la profesora pensaba en el tema, el joven aludido posó su mirada color mar en los ojos de ella. Su cabello dorado, algo despeinado por el ajetreo del día de estudio, brillaba por la fuerte luz que ingresaba al salón por la ventana que se encontraba al fondo—, Furor Amoris.

El muchacho abrió algo más sus ojos, con su mirada desinteresada inspeccionó a la maestra para volver a contemplar la pared, como si tratara de ignorar por completo lo que ocurría dentro del aula. Así, cada uno de los estudiantes recibió su tema, hasta que al fin las campanas cantaron para la dicha de todos.

—¡Hey, Félix! ¿Qué pasa contigo?

—Nada, Beto, nada. Solo que no he podido dormir bien, eso es todo.

—¿Insomnio?

—Para nada. Más que no dormir, he estado durmiendo poco, y mal encima de eso.

Una sonrisa nerviosa se dibujaba en los labios de Félix. Recordaba que esa noche tuvo un sueño peculiar, un sueño lleno de erotismo y candil. Un sueño salido de las más oscuras perversiones y que, sin darse cuenta, hacían sonrojar al joven de rubia melena.

—Félix, ¿Puedo hablar contigo un instante? —la señorita Victoria se acercó, haciendo un gesto a Beto, quien respondió abandonando el salón junto a sus condiscípulos para darle privacidad a la conversación.

—¿Pasa algo, profesora?

—Te he notado algo extraño el día de hoy, sueles ser muy participativo y hoy me evitaste todo el día.

—No siempre puedo estar bien —respondió, mientras esquivaba los ojos de su maestra.

—Supongo que tienes razón, solo que necesito que me expliques si te pasa algo. Félix, sabes que además de ser tu profesora, somos muy amigos. Te conocí antes de que ingresaras a este colegio, y me preocupa que estés así.

Miró a la señorita Victoria, y en ese instante se sonrojó. El gesto fue comprendido casi de inmediato por la profesora, quien, arreglándose un mechón de su cabello, empezó.

—Félix, sé que es complicado tener que estar aquí, compartir una sala varias veces a la semana y actuar como si nada pasara. Yo también he sentido las ganas de que nada hubiese pasado, pero ¿qué le vamos a hacer? Ya no podemos cambiar lo que ocurrió.

—¿Y simplemente lo ignoraremos, Vicky?

—Al menos acá, sí. Soy tu profesora.

—Solo eres cinco años mayor —replicó el joven.

—Sí, pero eso no quita lo anterior.

—¿Puedo hacerte una última pregunta? —dijo Félix.

Victoria quedó mirando, apenada, al muchacho de ojos azules.


—¿Volveremos a amarnos con la pasión de esa noche?