—Para la siguiente clase deberán
presentar el tópico literario que les asignaré ¿Quedó claro?
—Sí, señorita Victoria —asintieron
casi al unísono los estudiantes de la clase B.
—Pues bien, veamos… Cintia, Carpe Diem.
—Sí, maestra —respondió, mientras
tomaba nota en su cuaderno.
—Rodrigo, a ti te toca el Locus Amoenus.
—¿Loco qué?
—Locus, no loco… locus amoenus.
—Félix —mientras la profesora
pensaba en el tema, el joven aludido posó su mirada color mar en los ojos de
ella. Su cabello dorado, algo despeinado por el ajetreo del día de estudio,
brillaba por la fuerte luz que ingresaba al salón por la ventana que se
encontraba al fondo—, Furor Amoris.
El muchacho abrió algo más sus
ojos, con su mirada desinteresada inspeccionó a la maestra para volver a
contemplar la pared, como si tratara de ignorar por completo lo que ocurría
dentro del aula. Así, cada uno de los estudiantes recibió su tema, hasta que al
fin las campanas cantaron para la dicha de todos.
—¡Hey, Félix! ¿Qué pasa contigo?
—Nada, Beto, nada. Solo que no he
podido dormir bien, eso es todo.
—¿Insomnio?
—Para nada. Más que no dormir, he
estado durmiendo poco, y mal encima de eso.
Una sonrisa nerviosa se dibujaba
en los labios de Félix. Recordaba que esa noche tuvo un sueño peculiar, un
sueño lleno de erotismo y candil. Un sueño salido de las más oscuras
perversiones y que, sin darse cuenta, hacían sonrojar al joven de rubia melena.
—Félix, ¿Puedo hablar contigo un
instante? —la señorita Victoria se acercó, haciendo un gesto a Beto, quien
respondió abandonando el salón junto a sus condiscípulos para darle privacidad
a la conversación.
—¿Pasa algo, profesora?
—Te he notado algo extraño el día
de hoy, sueles ser muy participativo y hoy me evitaste todo el día.
—No siempre puedo estar bien —respondió,
mientras esquivaba los ojos de su maestra.
—Supongo que tienes razón, solo
que necesito que me expliques si te pasa algo. Félix, sabes que además de ser
tu profesora, somos muy amigos. Te conocí antes de que ingresaras a este
colegio, y me preocupa que estés así.
Miró a la señorita Victoria, y en
ese instante se sonrojó. El gesto fue comprendido casi de inmediato por la
profesora, quien, arreglándose un mechón de su cabello, empezó.
—Félix, sé que es complicado
tener que estar aquí, compartir una sala varias veces a la semana y actuar como
si nada pasara. Yo también he sentido las ganas de que nada hubiese pasado,
pero ¿qué le vamos a hacer? Ya no podemos cambiar lo que ocurrió.
—¿Y simplemente lo ignoraremos,
Vicky?
—Al menos acá, sí. Soy tu
profesora.
—Solo eres cinco años mayor —replicó
el joven.
—Sí, pero eso no quita lo
anterior.
—¿Puedo hacerte una última
pregunta? —dijo Félix.
Victoria quedó mirando, apenada,
al muchacho de ojos azules.
—¿Volveremos a amarnos con la
pasión de esa noche?
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