—¡Cuidado!
Un relámpago cayó cerca de la
pierna de Rose, ella seguía con sus párpados cerrados, mantenía su voz en el
tono… seguía encomendada a lo sacro.
Hasta el momento, de los
veinticinco estudiantes de la casa de Polimnia, diez quedaban en competencia. Entre
ellos, la favorita de la musa del canto sagrado, Rose.
Esta joven encomendó su vida y su
voz a lo sacro siendo pequeña, cuentan los rumores de pasillo que ella está en
trance la mayor parte del día, y que sus ayunos se extienden a 40 días, al límite
de su propio físico.
La preliminar que Eufema, nodriza
de las musas, preparó para los estudiantes de Polimnia era un reto al alma.
Deberían soportar en su trance sacro, ser los últimos en dicho estado.
Mientras, sería el propio coliseo quien atacaría a los aspirantes, el mínimo de
desconcentración podría dejarte malherido, o carbonizado, como el que recién
recibió una columna de fuego, y su poca fe no le protegió del ataque divino.
—Odio las competencias de
Polimnia —dijo Félix a Beto, quienes estaban en la galería contemplando como
uno más abría los ojos para esquivar una roca de proporciones gigantescas.
—El próximo año la tendremos
difícil, en Erato tienes mucha competencia… está Camile, que pinta para ser
favorita.
—Supongo que estás igual, Calíope
es también complejo.
—Sí, Iél es favorito, espero que…
—el ingreso de la profesora Victoria a las bancas interrumpió la conversación.
Con un gesto de cabeza, llamó a Félix para que la acompañara. En ese instante,
dos competidores chocaban entre sí en un tornado.
Profesora y estudiantes bajaron
las imponentes escalas del Coliseo, debían solucionar un asunto, por lo que se
dirigían a la academia. El camino fue silencioso, no cruzaron palabra alguna.
Al entrar en la oficina de la docente, ella comenzó.
—Debemos darle una solución a
esto —el joven miraba al piso— ¡Maldición, Félix, dime algo!
El muchacho se abalanzó sobre la
profesora, en un movimiento inesperado, ella cedió ante la lujuria, y, mientras
en el coliseo lo sacro tomaba forma de fuego y destrucción, en esa oficina,
tomaba forma de pasión y amor. No importaron los cinco años, no importaba la
autoridad del puesto de Victoria… nada era un obstáculo para que, tal como hace
un tiempo, sus ganas se tradujeran en gemidos, respiraciones entrecortadas y un
latir acelerado de sus corazones, unísonos.
Esa tarde un haz de luz entraba
por la ventana de la oficina cuando, cansados, ella estaba sobre él, besando su
cuello, apretando el suyo. Esa tarde un haz de luz bañaba el coliseo cuando, exhausto,
el último estudiante recibía un golpe de energía que causó que abriera los ojos
y se desconectara de lo sacro. Esa tarde, Victoria abrazaba contenta al hombre
que amaba, después de decirse todo con la piel. Esa tarde, Rose vencía en el
coliseo, entonando un canto a lo divino, a lo humano, a lo sexual… una canción
llamada «Furor Amoris».
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