lunes, 7 de noviembre de 2016

Preliminares II · Polimnia

—¡Cuidado!

Un relámpago cayó cerca de la pierna de Rose, ella seguía con sus párpados cerrados, mantenía su voz en el tono… seguía encomendada a lo sacro.

Hasta el momento, de los veinticinco estudiantes de la casa de Polimnia, diez quedaban en competencia. Entre ellos, la favorita de la musa del canto sagrado, Rose.

Esta joven encomendó su vida y su voz a lo sacro siendo pequeña, cuentan los rumores de pasillo que ella está en trance la mayor parte del día, y que sus ayunos se extienden a 40 días, al límite de su propio físico.

La preliminar que Eufema, nodriza de las musas, preparó para los estudiantes de Polimnia era un reto al alma. Deberían soportar en su trance sacro, ser los últimos en dicho estado. Mientras, sería el propio coliseo quien atacaría a los aspirantes, el mínimo de desconcentración podría dejarte malherido, o carbonizado, como el que recién recibió una columna de fuego, y su poca fe no le protegió del ataque divino.

—Odio las competencias de Polimnia —dijo Félix a Beto, quienes estaban en la galería contemplando como uno más abría los ojos para esquivar una roca de proporciones gigantescas.

—El próximo año la tendremos difícil, en Erato tienes mucha competencia… está Camile, que pinta para ser favorita.

—Supongo que estás igual, Calíope es también complejo.

—Sí, Iél es favorito, espero que… —el ingreso de la profesora Victoria a las bancas interrumpió la conversación. Con un gesto de cabeza, llamó a Félix para que la acompañara. En ese instante, dos competidores chocaban entre sí en un tornado.

Profesora y estudiantes bajaron las imponentes escalas del Coliseo, debían solucionar un asunto, por lo que se dirigían a la academia. El camino fue silencioso, no cruzaron palabra alguna. Al entrar en la oficina de la docente, ella comenzó.

—Debemos darle una solución a esto —el joven miraba al piso— ¡Maldición, Félix, dime algo!

El muchacho se abalanzó sobre la profesora, en un movimiento inesperado, ella cedió ante la lujuria, y, mientras en el coliseo lo sacro tomaba forma de fuego y destrucción, en esa oficina, tomaba forma de pasión y amor. No importaron los cinco años, no importaba la autoridad del puesto de Victoria… nada era un obstáculo para que, tal como hace un tiempo, sus ganas se tradujeran en gemidos, respiraciones entrecortadas y un latir acelerado de sus corazones, unísonos.


Esa tarde un haz de luz entraba por la ventana de la oficina cuando, cansados, ella estaba sobre él, besando su cuello, apretando el suyo. Esa tarde un haz de luz bañaba el coliseo cuando, exhausto, el último estudiante recibía un golpe de energía que causó que abriera los ojos y se desconectara de lo sacro. Esa tarde, Victoria abrazaba contenta al hombre que amaba, después de decirse todo con la piel. Esa tarde, Rose vencía en el coliseo, entonando un canto a lo divino, a lo humano, a lo sexual… una canción llamada «Furor Amoris».

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