—¿Bianca? ¿Tan temprano por acá?
—Señorita Polimnia, no es mi intención importunarla, es que…
Un silencio bañó de pronto el salón. Los pupitres de la sala
de Polimnia eran bancos al frente de un hermoso púlpito. Imágenes
de los que ella llama «sus mejores discípulos» decoraban aquel espacio, los
portadores del mensaje del amor.
—Habla, joven aprendiz.
—Quiero saber si yo seré quien la represente durante la
Batalla.
—Joven Bianca, tus cánticos deben saber elevarse a los
cielos, y pedirle a lo sacro que te eleve.
—Lo sé, mi maestra —dijo algo aquejada—, pero la Batalla de
cuarto está por comenzar. Ustedes ya han escogido partido y las preliminares ya
han dado comienzo. Sé que le dio el voto de confianza a Rose, y que la señorita
Urania escogió a mi hermana.
—Sé que cuentas con una gran presión, pero aún falta un año
para vuestra lucha, Bianca querida, y de su nivel tengo a una treintena de
estudiantes. Solo la mejor de ustedes tendrá acceso a la Batalla y recibir
nuestra bendición.
—Maestra, un bendecido cada año, una persona que vence a las
demás en la Batalla que, dicho sea de paso, es una competencia que se crea por
la voluntad de Eufema, y cambia cada vez.
—Suena siniestro, no dejes que esos pensamientos inunden tu
mente, Bianca, para que tu voz se eleve a la eternidad, debe ser ligero… como
la bondad.
—Perdón —La muchacha parecía cansada, respiró profundo, y en
su exhalar, se pudo sentir su determinación—. Quiero que usted sume una nueva
escogida al panteón.
—Para lograrlo, solo me queda invitarte a que le ruegues a
lo sacro.
Bianca abrió una carpeta azul que sostenía, se puso de pie
frente a la tarima, y respiró, calmada, serena…
Su maestra, Polimnia, tomó su batuta, y con un ligero
movimiento empezó. La voz celestial de la muchacha, inundó cada parte del
salón. Lágrimas de complacencia cayeron de los ojos de su mentora.
Bianca había
logrado trasladar con su dulce sonido a las dos a un lugar que ningún mortal
podría alcanzar. No se podría decir con exactitud si eran los campos Elíseos, o
el jardín de El Edén, el Nirvana o el Yanna… lo que sí estaba claro, era que
los ruegos y súplicas de la joven llenaban a lo sacro de felicidad.
Al terminar de entonar el canto, un aplauso sonó desde el
fondo de la sala.
—¡Bravo, hermanita! ¡Bravo!
—¡Selena! ¿Qué haces aquí?
—Mañana empieza la preliminar, y debo competir. Me dijeron
que lo mejor que podía hacer era consagrarme a lo sacro si quería ganar, pero no creía mucho, hasta que te oí.
—Reza, hermana, ¡Exclama! Y sé bienvenida al Paraíso —dijo
Bianca, mientras sonreía, mientras lloraba.
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